Archive for the ‘Puntos-de-vista’ Category

«Google» por Jacques-Alain Miller

octubre 7, 2007

Jacques-Alain_Miller

 

Google es la araña en la Tela. Asegura una metafunción: la de saber donde está el saber. Dios no responde; Google, siempre, inmediatamente. Le dirigimos una señal sin sintaxis, con una parcimonia extrema; un clic, y …bingo! viene la catarata: el blanco ostentoso de la página se ennegrece súbitamente, el vacío se invierte en profusión, lo conciso en logorrea. Siempre que tiramos ganamos.

 

google - miller

Organizando la Enorme Cantidad, Google obedece a un tropismo totalitario, glotón y digestivo. De allí el proyecto de escanear a todos los libros; de allí los raids sobre todos los archivos: cine, televisión, prensa; más allá, el blanco lógico de la googleización, es el universo entero: Confíale tu desorden documentario y él pondrá cada cosa en su lugar – y a tí mismo además, que no será ya, y para la eternidad, más que la suma de tus clics. Google, «Big Brother?»Cómo no pensarlo? De allí la necesidad para él de plantear como axioma su bondad profunda. Es malo? Lo que es seguro, es que es necio. Si las respuestas abundan en la pantalla, es porque comprende de través. La señal inicial está hecha de palabras, y una palabra no tiene un solo sentido. Por lo tanto el sentido escapa a Google, que cifre, pero no descifra. Es la palabra en su materialidad estúpida lo que memoriza. Por lo tanto,siempre te toca a tí encontrar en el cúmulo de los resultados la aguja de aquello que produce sentido para tí.

 

miller

Google sería inteligente si pudiéramos coumputar las significaciones. Pero no podemos. Tal Sanson segado, como un ciego ,Google girará su rueda hasta el fin de los tiempos.

 

Jacques-Alain Miller

 

Traducción: Silvia Baudini

(De)generación digital

octubre 2, 2007

(De)generación digital

por Fredy Massad y Alicia Guerrero Yeste, publicado en el Suplemento ABC de las Artes y las Letras.

 

degeneracion digital - psikeba

 

Se tiende a comprender el tiempo de la sociedad de la información como el de la frivolización de las ideas. La pátina de lo tecnológico y la aceleración de los procesos de comunicación han promovido la equiparación de la generación de pensamiento a la de la producción de información. Así, se vive en una especie de permanente estado de reality show, en el que lo más importante son las estrategias para situarse en primera línea, aunque se carezca de valía que justifique el protagonismo. El fenómeno es pandémico, y, en el campo de la arquitectura, comprobamos cómo se transmiten sin pudor ideas que se aceptan sin discutir, cómo falsos gurús lanzan espectacularmente sus consignas y cómo desorientados ejércitos mediáticos difunden y magnifican esos postulados irreflexivamente.

 

Apuntaba Peter Sloterdijk en su Crítica de la razón cínica (Siruela, 2003) que, para poder entender las estructuras de la conciencia de la modernidad, se hace precisa una teoría del bluff, del show de la seducción y el engaño. Aun careciendo de esa potencial teoría, esos tres términos designan con total precisión la esencia de una actitud prepotente que se arroga a sí misma el atributo de estar construyendo las visiones de la arquitectura de la era de la tecnología digital.

Estrepitoso fracaso. La primera generación de arquitectos que asumió como propias las posibilidades de los procesos de creación digital fracasó estrepitosamente ante la imposibilidad de haber hecho de los modelos diseñados a través de sus ordenadores edificios que sintetizaran coherentemente los argumentos de sus discursos sobre la tecnología digital. Al margen de sus teorías conceptuales, subordinaron sus posibilidades creativas al poder de las máquinas de cálculo, sin asumir como principio que eran ellos quienes deberían controlar el desarrollo de esos diseños. Propuestas como la Terminal Portuaria de Yokohama (FOA) o la Iglesia Presbiteriana de Nueva York (Greg Lynn) probaron que complejos gráficos y una recargada dialéctica sobre diagramas de flujos o procesos culminaban en un mero formalismo. Estas propuestas fueron fagocitadas por la falta de cultura arquitectónica de sus autores y su mayor preocupación por usar las herramientas de difusión que estaban implícitas en la nueva sociedad, sin percibir que dejaban de lado la necesidad de una formación sólida que les permitiera materializar sus propuestas. La transición de esa primera generación ?que en contadas ocasiones pudo evitar el fracaso en sus propuestas? se concreta hoy con la irrupción de una segunda generación integrada por individuos que crecieron más cercanos a la cultura de lo digital y la hiperinformación, que han hecho de sus herramientas fundamentos indispensables para el diseño, y cuyas primeras ideas arrancan de raíz la hipotética esperanza en que un mayor conocimiento de los medios digitales podría orientar sólidamente una evolución de la arquitectura a través de las herramientas digitales.

De la seducción al feísmo. Las imágenes seductoras que se produjeron en la segunda mitad de los años 90 han evolucionado hoy hacia una sobrecarga propositiva tendiente al feísmo: ejemplos como la esperpéntica Vila Nurbs (Cloud 9), esteticismo creado con el pretexto de una aplicación integral de la tecnología; o Kloverkarreen (BIG), paradigma de soluciones facilistas, parecen haber comprado el paradigma gaudiano en el supermercado a precio barato; productos de la arrogancia de arquitectos más preocupados por demostrar que por pensar, que han ignorado las lecciones con las que podría formularse una nueva arquitectura al rehuir el conocimiento de la Historia, persuadidos de que la naturaleza de la cultura digital y la velocidad de los cambios abre la veda para su incultura arquitectónica.

kloverkarreen

Modelos vanidosos. Arquitectos que creen estar en posesión de una especie de superpoder -y se sienten autorizados para afrontar cualquier desafío- a los que interesa más la cantidad que la calidad de su trabajo. Su paradoja radica en creerse referentes capaces de proponer una arquitectura para su tiempo, cuando lo que en realidad han hecho es convertir en prioridad el ejercer de frívolos seductores, calcando los vanidosos modelos de los actores del star-system, cínico e ideológicamente inútil tras haberse anquilosado en sus propias estrategias de mercadotecnia. Toman y quieren adaptar la realidad sin comprenderla, diseñando modelos complejos facilitados por el avance de la tecnología, pero que adolecen de cualquier sentido del compromiso. Arquitectura de adolescentes idealizándose a sí mismos, que no perciben la distinción esencial entre qué es la experimentación, qué es reflexión y qué es la realidad. Estas manifestaciones son recibidas en los foros arquitectónicos con vanos elogios fascinados, pero también -y más preocupantemente- con un absoluto silencio crítico que las cuestione y exija explicaciones claras sobre sus fundamentos. Los medios simplemente parecen auspiciar el mensaje de que es ésta la forma que orienta la evolución de la arquitectura de hoy. Si la modernidad llamaba al constreñimiento, la era digital ha auspiciado la exacerbación formal; pero no porque se crea que ella conduce a alguna parte, sino porque la tecnología hace fácilmente posible su representación. Feísmo basado en la recreación de formas orgánicas, experimentaciones tintadas de ecologismo de salón que quieren reinventar las posibilidades reactivas de la materia, pretendidos virtuosismos formales…

El sistema decidirá. La laxitud ideológica fomenta la permanencia de este cómodo estado de ambigüedad de legitimación del capricho: «El sistema decidirá cuáles de nuestras ideas podrán sobrevivir o no». Refugiarse en la «inocencia crítica» para argumentar el desinterés por lo precedente y permitirse quebrar la línea de enlace con concepciones verdaderamente radicales para el avance de la arquitectura. Visionarios opinando sobre los «futuros» de la arquitectura y sobre los remotos lugares donde «verdaderamente» se está produciendo la arquitectura del siglo XXI. Escritos confusos con parafernalia retórica: neologismos importados del lenguaje digital que apenas sabemos con precisión qué significan cuando se aplican a los efectos del mundo material.

El tiempo todo lo limpia, y muchos de estos personajes se barrerán a sí mismos. En unos años, nadie recordará a estos arquitectos -como tantas veces ha sucedido-, pero no se recuperará el tiempo perdido ni se acallarán las voces conservadoras que desvalorizan la trascendencia de la tecnología digital como herramienta de pensamiento y creación arquitectónica. Estas especulaciones, que únicamente tienen uso como medios de promoción mediática de un nombre, deberían haber sido concebidas como elementos de experimentación útiles para desarrollar la musculatura del pensamiento contemporáneo, para reconocer y perfilar la esencia del tiempo que aguarda aún la concreción de su arquitectura, y que se produce verdaderamente, pero situada en el distante margen de los cauces arquitectónicos nutridos por el bluff, la seducción y el engaño.

Fte.: http://www.arqa.com/informacion.cfm/n.7952.s.10,42.cfm

 

Freud, sexo y amor

agosto 11, 2007

Por Marcos Aguinis

 

Cada tanto vuelve a encenderse la polémica alrededor de Sigmund Freud y esas dos resonantes palabras: “sexo” y “amor”. Puede admitirse que inauguraron el siglo XX como una chispa en forma de libro, que al principio tuvo escasa repercusión: La interpretación de los sueños. Aunque Freud ya había lanzado varias publicaciones, esa chispa fue la que puso en marcha una imparable revolución en el pensamiento, la ciencia y el arte. Freud era un médico de gran creatividad, culto, valiente e imaginativo. Aún prosigue generando desacuerdos. Sus discípulos no cesan de estudiar cada una de sus palabras con la obsesión de los orfebres que manipulan oro y diamantes. Los menos atrevidos se limitan a repetir frases que parecen gotas de una revelación divina; en cambio, los que de veras comulgan con su rigor científico, le buscan con microscopio las contradicciones, las fracturas o los conceptos que refutan ciertas evidencias que él no alcanzó a percibir.

 

Una de ellas es su tratamiento de un asunto tan enorme como el del amor. Nada menos. Evitó cerrarlo con una definición contundente, advertido de sus infinitos colores, complejidad y consecuencias.

 

Jacques Lacan, uno de sus continuadores, de culto en Francia y América latina, dijo que es imposible decir algo significativo sobre el amor, porque cuando se empieza a tratarlo, aparece la imbecilidad. No obstante, añadió: “Lo único que hacemos en el discurso analítico es hablar sobre el amor”. Freud mismo, ya en 1907, en una reunión de los miércoles –cenáculo en el que polemizaba con los primeros entusiastas de sus teorías–, afirmó: “Nuestros tratamientos son tratamientos por el amor”. ¿En qué quedamos, pues?

 

Más adelante, siendo ya célebre, un visitante le pidió que se refiriera a sus grandes maestros. Lo paseó por la abundante biblioteca que forraba las paredes de su departamento vienés y se detuvo frente a las obras de famosos literatos, no de científicos. Uno de ellos era Shakespeare, quien escribió sobre el amor en la mayoría de sus piezas. Esos autores lo habían inspirado y eran los precursores genuinos del psicoanálisis, aseguró. Todos hablaron sobre el amor y sus infinitas manifestaciones.

 

Aunque lo mantenía en la privacidad, Freud había sido un amante apasionado: lo evidencia la correspondencia que mantuvo durante años con su novia Martha. Al mismo tiempo, ejercitó una moral de hierro, tanto en el consultorio como en su vida, aunque se ha insistido –más con imaginación que con pruebas– en una relación amorosa fugaz con la hermana de Martha.

 

Su genio era el de un ser humano y, como todo ser humano, chocaba con sus limitaciones, porque jamás alguien puede vivir ajeno a su circunstancia, como enseñó Ortega y Gasset. Habitó en un tiempo encorsetado por la pacatería victoriana y los prejuicios de época que no lo dejaron desembarazarse por completo de arraigadas tradiciones machistas. Pese a los esfuerzos que hizo por horadar los secretos de la mente y develar misterios quemantes, no pudo romper con pareja eficacia todos los candados.

 

De ahí su extraordinario mérito.

 

Hoy resulta fácil abordar muchos temas que por entonces eran tabú. En la Viena de Freud la sola palabra “sexo” ya se teñía de escándalo cuando pretendía ser introducida en los engreídos templos de la academia. Tuvo el coraje de estudiarlo con la minucia de un entomólogo y usar términos potentes, sin rodeos, que la gente “de bien” ni siquiera balbuceaba en una reunión “seria”. Se introdujo en el laberinto del inconsciente con la broncínea espada de Teseo sin aferrarse al hilo de Ariadna. No había red bajo sus acrobacias inéditas. Advirtió, anotó y comunicó las íntimas relaciones de la sexualidad con el psiquismo y afirmó que ella ya reina desde la más tierna infancia. Sólo insinuarlo era un insulto a las buenas costumbres. Como si fuera poco, descubrió zonas erógenas en el bebe y notificó sobre las consecuencias que ciertos placeres o displaceres inaugurales operan en la mente del adulto. En otras palabras, sus observaciones sobre el devenir sexual y los conflictos que producen lo llevaron a concluir que la sexualidad desempeña un rol crucial, permanente e inevitable en el psiquismo.

 

Por esa razón, Freud tuvo que afrontar críticas ignorantes y maliciosas que lo señalaban como un obseso sexual y un perverso. Varios autores redujeron la fantástica suma de sus aportes a una sola palabra: pansexualidad. La jerarquía que otorgó a una función que pretendía ser negada encandiló tanto que no era difícil aplastarlo con semejante lápida, celebrada por sus detractores. Para defenderse, Freud se apoyó en el antiguo concepto helenístico de Eros, bien descripto por un sabio indiscutido como Platón en Symposium y en Fedro. Muchos se sintieron aliviados. Pero entrañaba un giro de consecuencias teóricas de corto y largo plazo. Lo explicó así en 1924: “Esta ampliación es doble. En primer lugar, la sexualidad es desasida de sus vínculos demasiado estrechos con los genitales y postulada como una función corporal más abarcadora, que aspira al placer, y que sólo secundariamente entra al servicio de la reproducción; en segundo lugar, se incluyen en Eros todas las mociones meramente tiernas o amistosas para las cuales el lenguaje usual emplea la multívoca palabra amor”.

 

Freud ya había tratado el “amor de transferencia”, que sucede durante el tratamiento psicoanalítico y genera tanto facilidades como resistencias en la cura. También había descripto el fenómeno del “enamoramiento”, que no es igual al amor, sino una especie de huracán que agita y se apodera del psiquismo. ¿Dónde quedaba el amor propiamente dicho, si ya no era sólo sexo genital ni enamoramiento ni amor de transferencia?

 

Para quienes no están familiarizados con su abundante cuerpo doctrinario puede resultar un galimatías la sucesión de debates en torno de palabras, definiciones y conceptos. Ricardo Moscone, entre nosotros, con un fino procesamiento de los textos originales de Freud, la literatura que los inspiró, la filosofía, la sociología y su propia práctica psicoanalítica, ha señalado con equilibrado espíritu crítico varias confusiones generadas por el mismo Freud –atenazado por su circunstancia–, al extremo de parecer enemigo de sus propias formulaciones originales. No entraré en detalles que abrumarían al público en general. Me limitaré a destacar el interesante desacuerdo de Moscone con asimilar el descubrimiento de la psicosexualidad humana con las referencias platónicas de Eros. Confunde también asimilar la sensualidad placentera del bebe con la sexualidad propia del adulto, por más que en el bebe haya elementos que son el germen, esbozo o precursores de la sexualidad adulta. Debería preservarse la especificidad del término “sexualidad” para el adulto, porque no quita la debida continuidad con las experiencias infantiles y se mantienen nítidas las diferencias. “Una semilla puede llegar a ser una planta –escribe Moscone–, pero es erróneo inferir que es lo mismo que una planta o, basándose en la posibilidad de que una semilla devenga planta, se llame planta o semilla ambas cosas”. Esto no significa negar la sexualidad infantil, sino reconocer su carácter inmaduro, sujeto a una evolución psicofísica.

 

Vuelvo a preguntar: ¿y dónde queda el amor?

 

Freud pareció responder a gran parte del asunto usando la palabra “libido” para designar la energía vinculada con el amor. La meta sería una unión sexual, es cierto, pero aclaraba con énfasis que existen importantes manifestaciones en las que no se realiza la unión sexual, como en el amor a uno mismo, la amistad, los sentimientos fraternales, el amor hacia la humanidad. Después, como hemos señalado, introdujo a Eros, cuya fuerza derivaría de la libido. Eros tiene la misión de conservar lo que vive e impulsar la existencia del universo y todas sus cualidades; pretende conformar unidades cada vez mayores, abrazar cuanto pueda y tratar de mantenerlo hermoso, joven y potente. En una de sus últimas obras reconoce que “Eros es la pulsión de amor”, la cual se opone a la pulsión tanática o de muerte. Son energías en tensión perpetua.

 

En la crítica de Moscone se objeta la expresión “pulsiones de meta inhibida”, para referirse a la atracción entre padres e hijos, la fraternidad, etcétera. La considera inadecuada porque el amor de los padres a los hijos, por ejemplo, no inhibe su verdadera meta, que es hacerlos crecer y madurar. El amor maternal y paternal es casto en su esencia: su meta no apunta a la unión sexual genital, sino al progreso del hijo. El incesto insinuado o consumado es patología. Concluye esta crítica con párrafos que –supongo– habrían agradado a Freud, de haber vivido hoy. Propone, entre otros conceptos, que el amor comprende capacidades y necesidades.

 

Entre las primeras están los sentimientos y conductas hacia la misma especie, que se originaron en la pulsión de vida, manifestada a su vez de dos formas: la conservación de uno mismo y la reproducción. La reproducción se lleva a cabo mediante dos comportamientos también distintos: la relación sexual y la crianza de los hijos. La relación sexual se enlaza “mucho, poquito o nada” con el amor. La crianza de los hijos, en cambio, se funda en el amor casto. De este último deriva una amplia gama de expresiones: amistad, caridad, solidaridad, altruismo, afecto y hasta pasión por los animales, la ciencia, los objetos, el arte, las abstracciones.

 

Las necesidades, por otra parte, son numerosas también. Junto a las potentes –y a menudo perturbadoras– necesidades sexuales, el ser humano requiere ser amado, pertenecer a un grupo y formar parte de la sociedad. Se cría en el seno de un entorno familiar que puede o no estar formado por sus progenitores, pero las vivencias que labra con ellos intervienen en la calidad de sus manifestaciones vinculadas a los sentimientos tiernos o los cargados de odio, las múltiples y variadas peripecias fraternas, el compañerismo, la actitud con los mayores y los ancianos o el establecimiento de organizaciones.

 

En síntesis, el amor, por un lado, es conservador porque se esmera en perpetuar la vida y todo aquello que la rodea; por el otro, es revolucionario porque no cesa de ensayar nuevos recursos, combinaciones y experiencias.

 

El amor excede las fronteras de la ciencia, por ahora. El genio de Freud hizo rodeos y ensayó ardides para atraparlo con palabras, pero el amor, sonriente, aún no se resignó a las rejas de una definición pétrea. Anda abrazado con la sexualidad, pero no es sólo sexualidad, aunque de ella se nutre. Sigue fascinando con el misterio de que la felicidad y la completud se producen cuando uno ama y es amado; cuando fluye el manantial de una poderosa emoción que incluye valoración intensa, respeto, interés, apego, deleite, ayuda y honda consideración por el ser amado.

 

La Nación

La vida: principio y fin

agosto 2, 2007

Jean Baudrillard © Psikeba 2007

Jean Baudrillard © Psikeba 2007

Baudrillard; Narcisismo y regimen de mortandad en el Sistema de los objetos – Adolfo Vasquez Rocca
Jean Baudrillard © Psikeba 2007

Jean Baudrillard © Psikeba 2007

Baudrillard; Narcisismo y regimen de mortandad en el Sistema de los objetos – Adolfo Vasquez Rocca
Jean Baudrillard © Psikeba 2007

Jean Baudrillard © Psikeba 2007

Baudrillard; Narcisismo y regimen de mortandad en el Sistema de los objetos – Adolfo Vasquez Rocca
Jean Baudrillard © Psikeba 2007

Jean Baudrillard © Psikeba 2007

Baudrillard; Narcisismo y regimen de mortandad en el Sistema de los objetos – Adolfo Vasquez Rocca
Jean Baudrillard © Psikeba 2007

Jean Baudrillard © Psikeba 2007

Jean Baudrillard © Psikeba 2007

La vida: principio y fin

por Jean Meyer
22 de julio de 2007

El principio y el final de la vida están en discusión cuando hablamos del aborto y de la eutanasia. Inútil subrayar la importancia de los dos temas gemelos y por lo mismo debemos pedirles a nuestros políticos no apropiárselos. Debemos pensar, estudiar, escuchar todos los puntos de vista, sabemos que la razón racional y razonante no anda sola, sino acompañada por pasiones, miedos, convicciones, emociones respetables. La radicalización de las últimas semanas no nos ayuda para nada.

Defensores e impugnadores del derecho al aborto hoy, a la eutanasia mañana, afirman que no se van a dejar y que sus adversarios son inmorales y crueles, hipócritas y reaccionarios, genocidas o fascistas. Como si no fuese suficiente, algunos intentan resucitar el conflicto religioso. Primero tenemos que “dejar los cuchillos en los vestidores”, como dijo alguna vez el general De Gaulle, para escuchar a la otra parte antes de discutir de manera civilizada problemas que son de fondo.

Hace muchos años, más de 40, leí un texto de Jean Rostand, eminente biólogo francés, para nada cristiano, más bien panteísta; un hombre admirable. Decía: “Creo que no existe ninguna vida tan deteriorada que no mereciera respeto y no fuera digna de defenderse con pasión y convicción. Creo que se sentaría un terrible precedente si se permitiera acabar con una vida, por estimarla no digna de preservarse, ya que la noción de valor biológico, aunque al principio se haya cuidadosamente definido, no tardaría en convertirse en otra ambigua e imprecisa. Después de eliminar lo que no es suficientemente humano, a la postre nada se perdonaría, excepto lo que encajara en un concepto ideal de humanidad. Tengo la debilidad de creer que es una honra darse el costoso lujo de mantener la vida de los miembros inútiles, incompetentes e incurables de la sociedad”.

Ciertamente Jean Rostand estaba todavía bajo el impacto de las políticas recientes de la eugenesia nazi; apenas 10 años habían pasado. A fines de los años 1980 el doctor Theo Hupfauer, ex director de un colegio nazi de élite que propugnaba la “salud hereditaria”, reflexionaba así: “En principio no me opongo a la eutanasia, usted ve que el mundo entero ahora avanza lentamente en esa dirección. La cuestión es únicamente cómo y en qué medida. ¿Realmente hay tanta diferencia entre los tests del embarazo temprano realizados por rutina con la idea de suspender el proceso si el feto es anormal, por no hablar del número de abortos que ahora se practican por toda clase de razones, y lo que se hizo aquí hace 40 años?”.

Gitta Sereny, la entrevistadora, comenta: “Cuando hablaba conmigo, disponiendo de argumentos cada vez más amplios que apoyaban algún tipo de eutanasia legalizada, pensaba que el mundo estaba poniéndose a la altura de las ideas de Hitler” (en su libro Albert Speer, páginas 234-235).

Max Frisch escribe en su diario (1966-1971) que “si regulamos la entrada en la vida, ha llegado el momento de que regulemos también la salida”. Nos encontramos precisamente en este momento, el momento de la huida ante la muerte y la muerte como huida. El sexo se ha liberado de la reproducción con la píldora y otros métodos y, más recientemente, la reproducción se ha liberado del sexo, con todos los recursos de la procreación artificial y asistida. Maravillas de la ciencia y de la tecnología que sirven tanto para bien como para mal. No contentos de ejercer nuestra violencia sobre la naturaleza, los animales, el medio ambiente, sobre los otros hombres mediante la guerra y la política, ahora somos capaces de violentar a nuestra especie con la biotécnica y todos los comités de bioética no nos han ayudado mucho a enfrentar lo que parece seguir el guión del aprendiz de brujo o del Doctor Faustus.

Jean Baudrillard, para nada sospechoso de moralismo católico, decía que se encontraba también un poco aterrorizado y que “no bastan los comités de ética que llevan el asunto a una moral convencional. Desde la perspectiva en que se colocan, el problema es insoluble y no pueden más que tapar los hoyos”.

Elías Canetti afirmó que, más allá de un cierto punto en la historia de la humanidad, llega un momento en que se vuelve imposible distinguir lo verdadero de lo falso. ¿No habremos llegado a tal momento en nuestro México? ¿Sabemos todavía determinar lo que es humano o no, lo que es bueno y lo que es malo? ¿No nos encontramos a punto de dar un brinco que sacrificará la definición de lo humano y nos lanzará a una carrera peligrosa, en un círculo vicioso ya explorado por la eugenesia de los años 30?

La reacción de todas las religiones representadas en nuestro país ha sido clásica: rechazo al aborto y a la eutanasia. En Francia, en el marco de la última campaña presidencial, los responsables religiosos judíos, cristianos y musulmanes han reiterado su oposición al aborto y a la eutanasia, reconociendo sin embargo, en algunos casos, la legitimidad de recurrir a dichas medidas. Lo cual nos lleva a sugerir que el asunto es demasiado grave para que pueda ser resuelto por una ley, por unos reglamentos, y que debería ser tratado mediante la casuística, es decir caso por caso. Cada persona es un mundo, un universo, un caso único; aplicarle automáticamente un reglamento, cualquier sea, no es la solución.

Por lo pronto es urgente un verdadero debate de buena fe, no politizado, y libre de las presiones de los diferentes lobbies que presionan a favor o en contra del aborto hoy, de la eutanasia mañana, de la eugenesia hoy, mañana y pasado. La práctica de los diagnósticos prenatales que lleva en China y en la India a la erradicación de las niñas en el vientre de su madre, por la preferencia social para el niño varón, no amenaza nuestra sociedad mexicana, pero bien podría despertar la tentación de un eugenismo no menos erradicador. A buen entendedor, pocas palabras.

jean.meyer@cide.edu

Profesor investigador del CIDE

http://www.eluniversal.com.mx/editoriales/38142.html

El paraíso terrenal es un ideal totalitario

julio 29, 2007

por Tzvetan Todorov

 

“No soy un filósofo”, dice con voz suave y pausadamente el reconocido ensayista y lingüista Tzvetan Todorov en el café de la Contrescarpe. “Me apasiono por cuestiones de política, de moral, de sociedad, de interpretación de la historia… Filósofo es una gran palabra.”

 

Nacido en Bulgaria, en 1939, Todorov vino a París en 1963 para hacer un doctorado. “Bulgaria era un país que formaba parte del bloque comunista, atado a la política soviética… Un régimen totalitario. Pero no me exilié. Llegué a Francia como estudiante”, recuerda.

 

Todorov, para el que no existen los paraísos en la Tierra, dice tener varias vidas. La primera, durante su niñez, adolescencia y juventud, en Bulgaria. Luego, su vida parisiense, en la que mutó lentamente hasta adoptar las características de la vida francesa. Y esta segunda vida tuvo varias subdivisiones, como se ve en sus trabajos.

 

“Hasta 1980, todos mis escritos fueron sobre temas de literatura y lenguaje. Traduje al francés los textos de los formalistas rusos y formaba parte del movimiento estructuralista, en lo que concierne a los estudios literarios y a la teoría general del lenguaje y de los símbolos”, relata, y añade que poco a poco se fue produciendo un cambio en su persona.

 

“Un cambio en mi espíritu, relacionado con el hecho de que ya no vivía más en mi país de origen. En Bulgaria, ocuparse de la ideología o de todo lo que de cerca o de lejos se asemejaba a la ideología era una actividad peligrosa. O bien se vendía el alma y uno se sometía a las exigencias impuestas desde afuera o bien se ponía en peligro el alma porque se afirmaban cosas consideradas heréticas o inaceptables que podían llevar a la exclusión de la comunidad científica o de la comunidad, incluyendo la prisión.»

 

Más de una década después de haber llegado a Francia, Todorov comenzó a reaccionar de diferente manera a su trabajo. Ya no necesitaba estar «alejado de toda interrogación sobre la ideología, sobre las consecuencias públicas y sociales, porque ya no vivía en una sociedad dictatorial y totalitaria, sino en una democracia en donde podía decir lo que quería».

 

Y escribir lo que quisiera? «Es una explicación un poco marxista la que daré, ya que fue mi condición de existencia lo que transformó mi pensamiento», sostiene Todorov entre sorbo y sorbo de un jugo de naranja.

 

Durante la hora de charla que mantuvo con LA NACION, Todorov explicó cómo encuentra un poco de amor cuando cocina y cómo, a pesar de su poco optimismo sobre un mañana mejor, aprovecha cada instante de su existencia para sentirse feliz y realizado.

 

-Cuando comprendió que podía escribir y pensar lo que quisiera, ¿qué fue lo que comenzó a llamar su atención?

 

-Ya no quería limitarme a la teoría de los textos, sino poner mi comprensión al servicio de una reflexión que concerniera a la vida común de la sociedad. Se me impusieron varios temas que estaban más bien vinculados con mi identidad. El primero fue la pluralidad de culturas, tema al cual todo exiliado es inevitablemente sensible. Era sensible a eso por mi propia experiencia, pero no sabía cómo abordarla en mi trabajo. Fue en un viaje a México donde encontré la forma: estudiar el encuentro excepcional que significó el primer siglo del descubrimiento de Colón. En «La conquista de América» hice un estudio de los escritos españoles e indios que describían la percepción del otro. Luego estudié la tradición francesa sobre esa temática en el libro «Nosotros y los otros». Fue una historia no totalmente cerrada en el período estudiado. Quería servirme de la historia de las ideas como un diálogo con el pasado para reflexionar sobre el presente. Este es uno de los grandes temas que continúan preocupándome. El segundo tema que se me impuso es la oposición entre totalitarismo y democracia. Intenté utilizar mis conocimientos sobre la historia europea para ponerlos al servicio de la comprensión del presente y de una reflexión moral, política y estética del presente. Los temas cambiaron desde entonces, pero de esta misma manera continúo abordando el mundo presente.

 

-Se fue acercando cada vez más al presente en sus temas de estudio?

 

-En los últimos años publiqué dos libros que son cada vez de más actualidad, «Memoria del mal, tentación del bien» y «El nuevo desorden mundial». Probablemente la próxima vez escriba sobre el día de ayer. [Se ríe.]

 

En «Memoria del mal, tentación del bien» reflexionó sobre los orígenes del totalitarismo. ¿Cómo lo explica en los tiempos modernos?

 

-El totalitarismo mutó de modo muy importante en la modernidad, desde fines del siglo XVIII, con las revoluciones en los Estados Unidos y en Francia. Cesó el sometimiento a la tradición, se dejó de considerar que son Dios o nuestros ancestros los que nos dictan nuestras maneras de conducirnos y, en cambio, se propuso, e incluso se impuso, que fueran los seres humanos los que decidieran sobre su propio destino. En el seno de esta mutación moderna, el totalitarismo creció como una forma extrema.

 

-Pero ¿cómo nació, con ideas que parecían de signo contrario?

 

-Nació de la nostalgia. El totalitarismo es un intento por restablecer características de la sociedad de ayer en un marco moderno y de someter nuevamente al individuo al grupo e imponer valores únicos a toda la sociedad. Es una especie de proyecto que hoy sabemos que es imposible y trágico. Evidentemente, esta expresión quería corregir los «defectos» de la modernidad. La modernidad tiene defectos: en democracia no vivimos obligatoriamente felices, pero descubrimos con las amargas experiencias totalitarias que el remedio de imponer por la fuerza estas soluciones es un remedio peor que el mal. La democracia no trae soluciones, pero el nazismo, el comunismo y las dictaduras son aún peores que el mal del que nos querían curar.

 

-¿Cree en la democracia como panacea?

 

-No es una respuesta universal: para demostrarlo, están las guerras europeas de fines del siglo XX, que se produjeron fuera del sistema totalitario. Las estudié a la luz de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki: de cierta manera, creo que es la continuidad de una misma línea, que me parece muy peligrosa y que la guerra de Irak ilustró nuevamente. Es una perversión del espíritu de la democracia, pero no por ello es totalitarismo. En el horizonte del corto y mediano plazo, que es el lapso que podemos abarcar, no veo qué alternativa global puede sustituir al régimen democrático.

 

-¿La democracia sufre perversiones?

 

-La democracia se basa en la idea de igualdad de derechos de todos sus miembros, pero sabemos que, en cualquier país, la igualdad ante la ley no es verdaderamente respetada, ni la igualdad entre los hombres y las mujeres ni la igualdad entre la gente de color diferente, etcétera. Son desigualdades sociales, cosas contra las cuales es indispensable luchar todos los días. Podríamos analizar todas las ideas generales de la democracia y veríamos que se puede llegar mucho más lejos de lo que llegamos. Soy consciente de que la democracia puede ser pervertida.

 

-¿Se puede imponer la democracia?

 

-Este intento de imponer el bien a los otros por la fuerza no produce los resultados esperados. Basta con mirar los casos de Afganistán o de Irak. Es claro que no se instauró la democracia, aunque haya sido el objetivo declarado, y hoy se está, quizá, más lejos de lo que se estaba hace diez años. Pero hay otros problemas, para los cuales no conocemos soluciones. Uno de los problemas estructurales de la democracia es el olvido de los fines y la sacralización de los medios. Cuando uno se ubica en una perspectiva histórica se ve ese gran cambio en la sociedad antigua. La finalidad, el fin, estaba siempre más allá del mundo humano y terrestre. Había que actuar bien para ser dignos de un ideal que nos transmitía una tradición inmemorial, que se decía inspirada directamente por Dios y los profetas.

 

-Desde un punto de vista histórico, ¿cuándo se sacralizaron los medios?

 

-La revolución de la modernidad consistió en sustituir la búsqueda de la finalidad divina por otra totalmente humana. Como se dijo mucho en el siglo XVIII, la felicidad sustituyó a la salvación. De la vida de un buen cristiano, se dejó de lado la salvación y se quiso afirmar el derecho de los hombres y mujeres a la felicidad. Y no sólo a través de lo material, porque el dinero no es suficiente para hacer la felicidad. La felicidad nace de cierta relación humana, de un tipo de inserción del individuo en su entorno humano.

 

-Según su opinión, ¿hoy estamos perdiendo de vista los fines?

 

-Hacemos las cosas simplemente porque controlamos muy bien los medios. Por ejemplo, la economía: es un medio para producir riqueza, pero no debería ser sólo para producir riqueza, sino para hacer que los seres humanos fueran más felices y estuvieran más satisfechos con sus vidas. Sin embargo, muy a menudo lo observamos, queremos que haya crecimiento por el crecimiento mismo, desarrollo por el desarrollo mismo, todo para que la economía sea aún más eficiente. Pero olvidamos preguntarnos para qué. Hacemos gran cantidad de cosas sin tener en cuenta el efecto que tendrán. La comprensión científica se convirtió en una finalidad en sí. ¿Para qué ir a Marte? ¿No hay una mejor finalidad humana para la utilización de los medios? Es un problema inherente a toda vida en democracia esa tendencia a sustituir el desarrollo de los medios en detrimento de los fines.

 

-Quizá sea la ambición de superarse a uno mismo, ese deseo humano de buscar la perfección…

 

-En Rusia, se enviaba a la gente al gulag para «producir hombres nuevos». En Alemania se buscó lo mismo, pero con la selección natural -casamientos entre arios- o la selección artificial, aunque esta palabra tomó un sentido siniestro, porque se llamó así a la exterminación de todos los débiles, los viejos, los enfermos, que fueron enviados a los campos de concentración. Hoy prevalece ese sueño, que no puede ser realidad, de eliminar las imperfecciones del ser humano modificando su genoma, pero es un proyecto peligroso. Esta ideología no es aceptable ni defendible.

 

-¿Cree que la sociedad evoluciona sin rumbo?

 

-La sociedad no está a la deriva, pero pienso que jamás viviremos en un paraíso. No hay que hacerse ilusiones. Es lo que sostengo en mis libros. Montaigne afirma que esta imperfección es constitutiva de la condición humana, porque así estamos hechos. Necesitamos a los otros, pero los otros no se pliegan a nuestros deseos. Por lo tanto, la violencia nos tienta, para imponer nuestros deseos. Disponemos de cierta libertad que nos distingue de todo el resto del mundo vivo, tenemos una gran libertad con respecto a nuestro código genético o a nuestra naturaleza, pero esta libertad puede conducirnos tanto a la generosidad como a la perversión. Las sociedades están hechas de grupos con intereses contradictorios y no se puede satisfacer a todos al mismo tiempo…

 

-¿Cuál es la sociedad ideal, entonces?

 

-Una buena sociedad es la que sabe aprovechar los compromisos entre intereses contradictorios. Si renunciamos a esa visión del paraíso terrestre, que era la que estaba detrás de la política totalitaria, porque soñaba con construir el paraíso terrestre, aunque se renunciara a esa visión, sería indispensable que fuéramos conscientes de los peligros que socavan nuestra existencia.

 

-En «Memoria del mal, tentación del bien», subrayó que no puede haber ideales verdaderos o falsos, sino únicamente más o menos elevados. ¿Puede haber ideales malos?

 

-Por supuesto que sí. Por ejemplo, el ideal de producir el paraíso terrenal puede parecer magnífico, porque se desea que todo sea perfecto y todos vivan en la felicidad, pero en realidad es un ideal mortal. Lo aprendimos a la fuerza. Comprendimos que el ideal democrático, que es mucho menos excitante que la perfección del paraíso, es digno de respeto y hay que defenderlo.

 

-¿Cree que, buenos o malos, hay ideales en nuestra época?

 

-No creo que la sociedad ya no tenga más ideales. La humanidad no puede vivir sin ideales. Si no tuviera más ideales, habría habido una mutación de la especie. Hay momentos de ceguera e inconsciencia, pero uno se puede despertar de esos momentos. Lo que se llamó la politización de la juventud no era maravilloso. Yo lo viví cuando tenía veinte años. Había mucha simplificación, muchos dogmatismos. No era una época ideal. En la época actual se da más importancia a la búsqueda individual de una vida mejor, más bella. Me parece legítimo y corresponde a la democracia. La democracia no ofrece la plenitud a sus ciudadanos. Tener buena seguridad social no lo hace a uno feliz. Tener una jubilación decente no hace que uno se sienta realizado. La democracia es eso: asegurar la jubilación, una buena cobertura médica, buenas condiciones de trabajo, etcétera. Pero ¿y una vez que se obtuvo eso? Era un medio y no un objetivo en la vida.

 

-¿Y cuál es su objetivo?

 

-Lo que se quiere es sentirse realizado; es poder decir que tengo una vida llena de riqueza, feliz, porque amo a los seres humanos que admiro, porque me siento amado, porque escribí las obras que quería escribir, o construí los muros que quería construir, si fuera albañil. Son voces individuales que tienden a la realización personal, y creo que en democracia esas voces son privilegiadas. No hay que menospreciarlas, porque no creo en el mañana perfecto. Todas esas imágenes que alimentaron la primera mitad del siglo XX, en donde se prometía que con un golpe de varita mágica todo se resolvería, no las creo. Más bien creo que cada uno puede trabajar para hacer que su vida sea más satisfactoria.

 

-Muchos encuentran en la religión ese camino a la realización personal?

 

-Lo religioso se convirtió hoy en una experiencia individual, una entre otras. Hoy no vivimos en un marco dado por la Iglesia. Sin embargo, un individuo puede encontrar su consumación interior en una experiencia religiosa, pero otro la puede lograr en el amor a la pintura o la música, o en el jardín de infantes al que va todos los días para trabajar con niños.

 

-¿Esa es su filosofía de vida?

 

-Consiste justamente en hacer el elogio de lo cotidiano, en buscar en la vida común, en la vida diaria, lo que puede embellecerla, hacerla digna de ser vivida.

 

-¿Y lo encuentra?

 

-Intento que mi vida sea tan rica como sea posible, aun en el simple hecho de cocinar. Es una acción que da sentido, porque la comida se hace para los otros, se comparte con los otros, es un don, es una obra efímera que desaparece de la noche a la mañana, es una obra para recomenzar todos los días…

 

Por Patricio Arana
Para LA NACION
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Todorov ve la literatura en peligro

julio 7, 2007

«Huir de la tentación del bien». La tentación del mal, no es nada,. La tentación del bien es la más peligrosa. Entrevista a Tzvetan Todorov – por Eduardo Castañeda © Psikeba 2007. Revista de Arte, Psicoanalisis y estudios culturales.
Tzvetan Todorov © Psikeba 2007

«Huir de la tentación del bien». La tentación del mal, no es nada,. La tentación del bien es la más peligrosa. Entrevista a Tzvetan Todorov – por Eduardo Castañeda © Psikeba 2007. Revista de Arte, Psicoanalisis y estudios culturales.
Tzvetan Todorov © Psikeba 2007

«Huir de la tentación del bien». La tentación del mal, no es nada,. La tentación del bien es la más peligrosa. Entrevista a Tzvetan Todorov – por Eduardo Castañeda © Psikeba 2007. Revista de Arte, Psicoanalisis y estudios culturales.
Tzvetan Todorov © Psikeba 2007

«Huir de la tentación del bien». La tentación del mal, no es nada,. La tentación del bien es la más peligrosa. Entrevista a Tzvetan Todorov – por Eduardo Castañeda © Psikeba 2007. Revista de Arte, Psicoanalisis y estudios culturales.
Tzvetan Todorov © Psikeba 2007

«Huir de la tentación del bien». La tentación del mal, no es nada,. La tentación del bien es la más peligrosa. Entrevista a Tzvetan Todorov – por Eduardo Castañeda © Psikeba 2007. Revista de Arte, Psicoanalisis y estudios culturales.
Tzvetan Todorov © Psikeba 2007

«Huir de la tentación del bien». La tentación del mal, no es nada,. La tentación del bien es la más peligrosa. Entrevista a Tzvetan Todorov – por Eduardo Castañeda © Psikeba 2007. Revista de Arte, Psicoanalisis y estudios culturales.
Tzvetan Todorov © Psikeba 2007

«Huir de la tentación del bien». La tentación del mal, no es nada,. La tentación del bien es la más peligrosa. Entrevista a Tzvetan Todorov – por Eduardo Castañeda © Psikeba 2007. Revista de Arte, Psicoanalisis y estudios culturales.
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«Huir de la tentación del bien». La tentación del mal, no es nada,. La tentación del bien es la más peligrosa. Entrevista a Tzvetan Todorov – por Eduardo Castañeda © Psikeba 2007. Revista de Arte, Psicoanalisis y estudios culturales.
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«Huir de la tentación del bien». La tentación del mal, no es nada,. La tentación del bien es la más peligrosa. Entrevista a Tzvetan Todorov – por Eduardo Castañeda © Psikeba 2007. Revista de Arte, Psicoanalisis y estudios culturales.
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«Huir de la tentación del bien». La tentación del mal, no es nada,. La tentación del bien es la más peligrosa. Entrevista a Tzvetan Todorov – por Eduardo Castañeda © Psikeba 2007. Revista de Arte, Psicoanalisis y estudios culturales.
Tzvetan Todorov © Psikeba 2007

«Huir de la tentación del bien». La tentación del mal, no es nada,. La tentación del bien es la más peligrosa. Entrevista a Tzvetan Todorov – por Eduardo Castañeda © Psikeba 2007. Revista de Arte, Psicoanalisis y estudios culturales.
Tzvetan Todorov © Psikeba 2007

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Toutes les méthodes pédagogiques sont bonnes, tant qu’elles ne transforment pas les moyens en fin et qu’elles cherchent, grâce à la littérature, à enrichir et à structurer l’esprit de l’être humain” (Tzvetan Todorov, La Littérature en péril, Flammarion, «Café Voltaire», 95 págs, 12 €)

 

Hay autores incombustibles y uno de ellos es, sin duda alguna, Tzvetan Todorov. El 2007 empieza para él como siempre, con un texto revigorizante, aunque corto, cuyo título es La Littérature en péril. Un volumen que, si no ando desencaminado, es el que hace la bonita cifra de treinta y cinco dentro de su nutrida producción. Hay en este libro una andanada contra quienes supuestamente ponen la literatura en peligro, contra aquellos profesores, críticos literarios y oras gentes de letras que reducen la literatura a juegos formales y que no ven otra cosa que “técnicas narrativas”. Y no es un defecto exclusivo de las mentes pensantes, pues el deterioro se cultiva desde la tierna infancia. La escuela es la inicial responsable, porque “on n’apprend pas de quoi parlent les oeuvres, mais de quoi parlent les critiques”, porque en aras del análisis formal los profesores descartarían estudiar su relación con el hombre y con el mundo: “on se demandera si Le Procès s’apparente au registre comique ou à celui de l’absurde, au lieu de chercher la place de Kafka dans la pensée européenne”. Así pues, entre unos y otros quedaría encumbrada una trilogía fatal, esa que formarían el formalismo, el nihilismo y el solipsismo.

 

Con tales armas, no harían sino desesperar al lector más entusiasta y ese resultado no sería extraño, pues precisamente es el entusiasmo lo que desespera a aquellos caballeros eruditos. He aquí, pues, el abismo que separa a aquéllos de éstos. El crítico y el especialista destilan conmiseración, mientras que los lectores buscan en una novela algo que dé sentido a su vida. En fin, dice Todorov, es necesario que la literatura devenga popular: “Non seulement [les] romans populaires ont amené à la lecture plusieurs millions d’adolescents, mais de plus ils leur ont permis de se construire une première image cohérente du monde, que, rassurons-nous, les lectures suivantes amèneront à nuancer et à complexifier”.

 

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La crítica ha tratado con algo de respeto y un poquito de ironía esta nueva entrega del pensador franco-búlgaro, dadas las puyas que contiene contra esta profesión. Philippe Lançon, en la reseña que ha publicado Libération, puede ser un buen ejemplo. A su parecer, con este libro Todorov se ha incorporado a lo que podríamos denominar el coro de los suplicantes o llorones.

 

 

¿Es realmente cierto, se pregunta Lançon, lo que denuncia este pensador? La producción literaria contemporánea desmiente este tópico, concluye, algo que debería ser obvio incluso teniendo un conocimiento superficial de ese mundo. En Francia, por ejemplo, no cesan de publicarse novelas de todas las clases, cuya preocupación principal es relatar el mundo de una manera u otra. Atribuir, pues, a las críticas aparecidas en la prensa o en las revistas especializadas tal influencia sobre el trabajo de los novelistas es exagerar el poder de los unos y subestimar la imaginación de los otros. Ahora bien, continúa Lançon, Todorov es un universitario y mucho de los de ese círculo estudian tanto a los muertos que acaban viendo a los vivos con una perspectiva deformada, casi siempre nostálgica. Todorov no escaparía, pues, a ese timbre.

 

 

¿Significa eso que el libro de Todorov carece de interés? De ningún modo, sobre todo en la parte en que relata una breve meditación autobiográfica. Hay que recordar que Todorov estuvo vinculado en los años sesenta a Gérard Genette, uno de los pioneros de la crítica textual, con quien creó la revista Poétique bajo el estandarte clasificatorio del estructuralismo.

Fue un trabajo fructífero, hasta el punto de que modificó y orientó los estudios literarios en Francia y, por extensión, en otros lugares. Por eso, no debe extranar que Todorov se pregunte: “Devrais-je me sentir responsable de l’état de la discipline aujourd’hui ?Lançon no lo cree.

 

Todorov recuerda que comenzó a estudiar en la Bulgaria comunista: «Je me suis engagé dans une des rares voies qui permettaient d’échapper à l’embrigadement general. Elle consistait à s’occuper d’objets sans teneur idéologique; donc, dans les oeuvres littéraires, de ce qui touchait à la matérialité même du texte, à ses formes linguistiques”. Al llegar a Francia prosiguió este trabajo en contacto con el naciente estructuralismo, con una pretensión: “infléchir l’enseignement littéraire à l’université pour le libérer de la grille des nations et des siècles, et l’ouvrir à ce qui rapproche les oeuvres les unes des autres”. Fue eso lo que le hizo recordar siempre que la literatura le ayudó a vivir, porque le hablaba del hombre, porque le permitía comprender.

 

Todorov acaba reconociendo que los estudios a los que contribuyó en los sesenta han llevado a exagerar la importancia del sentido formal en los textos. Por tanto, sería necesario volver a reintroducir un poco de simplicidad, de humanidad y de contexto. Y tras ese breve comentario, Lançon concluye: “C’est juste, banal, d’un diagnostic un peu superficiel ­ comme un préambule au livre profond qu’il écrira peut-être sur son rapport à la langue, ce tango éclairé et discret de formaliste humaniste”.

 

Para terminar, hemos de añadir que quizá la preocupación de Todorov sea ciertamente banal, pues las previsiones editoriales en Francia son de tal calibre que ha de haber necesariamente obras con las que colmar esa sed humanista. Por lo que se dice, entre enero y abril se publicarán un total de 542 nuevas novelas y ensayos, entre francesas y traducidas. Alimento no faltará. Entre todo eso, también han aparecido o aparecerán otras reflexiones sobre la literatura, como L’Art de raconter (Grasset) de Dominique Fernandez o Devenirs du roman (Naïve) de François Bégaudeau, así como obras tales como Place des pensées (Gallimard), en la que Richard Millet reflexiona sobre la obra de Maurice ­Blanchot, La Révolution (Gallimard) de François Furet, con prólogo de Mona Ozouf o el François Furet (Gallimard) de Ran Halevi.

Fte: Grand Tour

LINKS:

Una entrevista cruzada entre Todorov y François Bégaudeau, novelista y profesor de francés

«Huir de la tentación del bien». Entrevista a Tzvetan Todorov – por Eduardo Castañeda

“La tentación del mal, no es nada,. La tentación del bien es la más peligrosa, porque a nombre del bien podemos cometer un mal mucho mayor. Eso sucede mucho en nuestros días. El gran peligro de nuestros días es considerarse la encarnación del bien”, explica en entrevista el historiador y filósofo franco-búlgaro Tzvetan Todorov. (Leer Más en PSIKEBA, Revista de arte, psicoanálisis y estudios culturales)

El nuevo desorden mundial

El paraíso terrenal es un ideal totalitario

 

 

Entrevista a Slavoj Zizek «Occidente practica una tolerancia virtual»

junio 7, 2007

Conciliar la cultura de masas con el psicoanálisis y el ciberespacio con el materialismo ha convertido al esloveno Slavoj Zizek en un mito de la filosofía actual. Ha sido profesor en La Sorbona y Harvard y vive entre Liubliana, Buenos Aires y «los aviones» que le llevan de auditorio en auditorio. Fue candidato a la presidencia de su país y publica un libro al año, sobre el 11-S, la guerra de Irak, Lacan o David Lynch. Ha pasado por España para hablar sobre la inmigración.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Slavoj Zizek es un provocador nato, pero él se define como «un intelectual clásico». «En el fondo, soy lo contrario de esos chicos malos del instituto, aquellos que dentro del libro de filosofía escondían una revista porno», afirma. «Yo soy al revés. Dentro de las revistas porno escondo la filosofía. Disfruto con Hegel y finjo que disfruto con Hollywood. Son mis colegas los que disfrutan con Hollywood y fingen que lo hacen con Hegel». Este pensador esloveno no para de moverse y hablar. La conversación comienza en su hotel, sigue en un taxi, pasa por tres ventanillas de facturación del aeropuerto de Barajas, se prolonga en la sala de espera y termina en el control de seguridad.

 

Nació en Liubliana (Eslovenia) en 1949 y allí vive un tercio del año. Otro más reside en Buenos Aires (su mujer es argentina) y el tercero lo hace «en aviones». Venía de Moscú vía Praga y se marchaba a Santiago de Compostela para, al día siguiente, viajar a Francfort y Los Ángeles. Ha sido profesor en La Sorbona y en Harvard, pero quiere dejar las clases. En Eslovenia tiene el mejor trabajo del mundo: «No hacer nada», es decir, investigar para el Instituto de Estudios Sociales. Junto a Hegel y a Lacan, tiene a Marx entre sus referentes, pero el Gobierno comunista de Yugoslavia lo consideró poco ortodoxo para confiarle la formación de los jóvenes y lo apartó de las clases: «Además no creo en el diálogo filosófico. La filosofía siempre ha sido dogmática. En todo caso es un malentendido. Aristóteles malinterpretó a Platón, Marx a Hegel y Hegel a Kant. ¿Platón? Los de Platón son los diálogos más falsos de todos. Consisten en alguien que habla y otro que a cada rato dice: ’Por Zeus, estás es lo cierto».

 

Con un inglés cortado a motosierra pero imparable, Zizek pasó por Madrid para dictar una conferencia en el Círculo de Bellas Artes dentro de un ciclo sobre la inmigración. En la sala no cabía un alma. Había gente de pie y gente sentada en el suelo. ¿El título de su charla? Teme a tu prójimo como a ti mismo. En el taxi matiza: «No es un consejo, es una descripción de la ideología dominante. Hay dos palabras fetiche: tolerancia y agresión. ¿Pero qué significan en realidad? Agresión significa aproximarse demasiado. Por eso Occidente ejerce la tolerancia a distancia, virtualmente. Somos solidarios con los africanos en África, no con los de nuestro barrio».

 

Para Zizek, el ejemplo máximo de esa ideología es EE UU. Allí, dice, todo puede ser una agresión: «Tocar a alguien, mirarlo demasiado… Igual que queremos pasteles sin azúcar queremos a un prójimo descafeinado. En California la gran moda es un invento llamado Mastubatón: 400 personas se masturban en un lugar público, pero no tienen derecho a tocarse. La entrada cuesta 20 dólares y, por supuesto, el dinero se destina a una obra de caridad. Esa lógica masturbatoria es la que rige hoy las relaciones sociales. Vivimos en un solipsismo colectivo. Eso es también Internet: todos conectados pero todos aislados».

 

En las entrañas del ordenador que lleva al hombro, Zizek carga el ensayo que acaba de terminar, sobre la violencia, y el que acaba de empezar, que, adelanta, empieza con Heidegger y termina con El Código Da Vinci. Así es Zizek. Afirma que va a dejarlo todo para consagrarse a escribir sobre el idealismo alemán, pero se le iluminan los ojos hablando de Stalin Subway, un juego con el que pasa las horas junto a su hijo de cinco años: «Los juegos de ordenador requieren una concentración y un orden que te permita inventar un país y mantenerlo en pie». Zizek siempre va un libro por delante de sus editores, que en España son media docena. Autor de títulos como Lacrimae rerum (sobre cine), Bienvenidos al desierto de lo real (sobre el 11-S) o La tetera prestada (sobre Irak), dice no tener recetas: «Mi propuesta es: tomémonos el tiempo de pensar por qué hemos llegado aquí y quién nos ha traído. No nos dejemos atrapar en la trampa humanitaria, que es otra de las grandes ideologías de hoy. La caridad es ahora parte del capitalismo global y sus figuras principales son George Soros y Bill Gates. Su lógica es: te quito todo el dinero y luego te doy las vueltas. En esto sigo siendo marxista, pero lo que me interesa de Marx no es la lucha de clases, sino la lucidez con que señala las contradicciones del capitalismo». Mientras salta de un tema a otro, Zizek insiste en definirse como un modesto pesimista: «Sólo digo: mantengamos la mente abierta, no aceptemos las fórmulas. Merecemos algo más que un capitalismo con rostro humano».

 

Cuando se le pregunta por la alianza de civilizaciones, el filósofo, que en 1990 fue candidato a la presidencia de Eslovenia, reconoce que es la primera vez que oye hablar de ella: «Zapatero es hoy el gran representante de la tercera vía. Y más simpático que Blair, pero él también ha levantado un muro en Marruecos. ¿Alianza? Suena a vacío: celebremos nuestras diferencias, subrayemos los valores que nos unen, bla, bla, bla. La política consiste en actuar, no en plantear teorías bienintencionadas. A veces los hechos consumados crean las condiciones que los hacen posibles. Si esperas a que esas condiciones existan, nunca harás nada. Es lo que hizo el propio Zapatero al sacar a las tropas de Irak o al decretar la igualdad entre hombres y mujeres en su Gobierno». Para Zizek, la única alianza posible es una «entre los disidentes del liberalismo y los disidentes del Islam».

 

Azote de Bush con sus artículos en The New York Times, el filósofo afirma que la gran catástrofe de los países árabes es el declive de la izquierda laica. «El panarabismo de los años cincuenta era un movimiento laico. Hoy prácticamente han desaparecido los laicos del mundo árabe, en buena parte porque EE UU se alió con los islamistas para acabar con los demócratas, en los que veía un nido de comunistas. Los agentes de la CIA de ayer son los terroristas de hoy. Ahora sucede lo contrario. Para la izquierda europea, los laicos árabes antiislamistas son agentes americanos».

 

«Hablo demasiado, ¿no?». Con un ojo en el reloj del aeropuerto, pregunta por El laberinto del fauno y cuenta que coincidió en un estreno con Guillermo del Toro, Alfonso Cuarón y Alejandro González Iñárritu: «Con Del Toro congenié al momento. A los otros dos no les bastaba con ser directores de cine, además querían ser intelectuales. Me pasó lo mismo con los Wachowski», concluye refiriéndose a los directores de Matrix, una película a la que dedicó Las dos caras de la perversión, su segundo ensayo más famoso. El primero es El arte del ridículo sublime, consagrado a David Lynch: «No me interesa la gente que está fuera del sistema, sino los marginales que todavía trabajan dentro. El gran ejemplo era Robert Altman». A Lynch no lo conoce personalmente: «Estuve a punto. Había leído mi libro y no había entendido nada, pero le intrigó. Quería conocerme. Incluso alguien quiso que hiciéramos una película con una conversación entre nosotros. No creo que hubiera funcionado. Sus entrevistas están llenas de clichés y yo no creo en el diálogo. Al final no quise conocerlo para que me decepcionara. Es un genio. Eso sí, está loco».

J. Rodríguez Marcos (El Pais) / | 23-03-2007 | Cultura